Club Campista Aire Libre Córdoba

   

  

Soy muy nueva en estas lides. Mi primer contacto con una caravana y un camping se remonta al 11 de Septiembre de 2009. Una novata en comparación con todos vosotros. Llegué a conoceros de casualidad. Tere una compañera de un curso que hizo Eduardo era la novia de un socio y nos habló del Club. Mi primer acercamiento a vosotros se produjo en Cabra, en una acampada urbana que hicisteis por Haití el 20 de Marzo de 2010. Mi primera sensación al veros, en aquella avenida, acampados, Fernando y Teo, Teo y Fernando, y muchos de vosotros a los que no llegué a poner nombre y que nos aceptasteis como si nos conocierais de toda la vida, fue gratificante. Y nos hicimos socios, bueno, solo Eduardo, ya sabéis que los conyugues o parejas o novias no somos socios, solo agregados al socio.

Desde aquella vez hemos acudido a muchas acampadas, no todas y en alguna al terminar he pensado no vuelvo. 

Hemos estado muchos miércoles en el Club, tomando cervecitas, tortilla de patatas, chorizo y como no, la insuperable ensalada de Teo. La agradable conversación con vosotros no ha bastado para que a veces piense no volver.

Desgraciadamente ya no estoy en edad de tener niños pequeños, como se dice desde antiguo, se me pasó el arroz. Tampoco, y a pesar de haber vivido en Huelva cuatro años, soy rociera. Y mi perra, pesa 30 kilos lo que la incapacita para ir de acampada a no ser que la deje amarrada a la caravana a riesgo de que la vuelque o se coma de aperitivo otro perrito o perrita como dirían nuestros políticos. Y llevarla en brazos o suelta como que no es posible.

Aprendí con mi padre a jugar al dominó, con mis hermanos al parchís y  con vosotras al Rumik, y la verdad prefiero una buena conversación, unas risas a todos los juegos.   Pero ya no hay de eso. Vayas al grupo que vayas te sientes una extraña, ya no hay química entre todos. A la hora de la comida ves con sorpresa y es donde más se nota, los distintos grupos del club. No es ya la comida de aquí pongo la mesa y que se acerque el siguiente. A veces hay incluso huecos irrellenables en la fila que formamos todos para convivir un ratito con el que se ponga al lado. Nos sentamos a degustar el arroz de Carmen y Juan, y les aplaudimos por lo bueno que está, pero ahí se queda todo. Si sobra arroz en nuestros platos y les ha faltado a los de la directiva, no sentimos la más mínima vergüenza por ello. Más vale que nos sobre, que no que nos falte. Y si vemos a Juan Cebrián con la bolsa recogiendo los restos, nuestra basura, no sentimos ninguna turbación por ello. Es de la directiva, es quien tiene que recogerla.

No entendemos, y vaya que en otros momentos las cogemos al vuelo, que los churros que por la mañana hacen entre Teo, Carmen, Juan, Eduardo, Torito y otros que me vais a perdonar no incluya, son una forma de convivencia más. Que no es lógico que se coja un plato, se llene y se lleve a la caravana, y después se vuelva por otro. 

Como los huevos y las alitas. Somos, me incluyo, una pandilla de egoístas. Creemos que ya esta pagado, que con cinco euros de entrada tenemos todos los derechos. Pocas veces he visto voluntarios para limpiar los cacharros de los churros o los huevos.   Yo sacaría tantos fregones por acampada como intentos de convivencia por parte de la directiva. Al menos así no sentiríamos la agradable sensación del todo gratis. Al menos así reconoceríamos el valor de lo que están haciendo por nosotros.

Cuando era una niña, mis monjas intentaban que nos relacionáramos todas las compañeras de curso en el recreo, en el laboratorio, en gimnasia. Que las internas, que éramos de todas las edades tuviéramos una relación en las comidas, desayunos, meriendas, cenas. Incluso en las horas de estudio las mayores ayudábamos a las más pequeñas a riesgo de que ese día la monja encargada no estuviera en su angelical mejor momento.

A nosotros ya no se nos puede educar, ya ni siquiera exigir que nos comportemos de otras formas. Y es triste, angustioso y por qué no, desagradable, ver nuestro comportamiento. Los clanes creados dentro de una acampada del Club. En ocasiones pienso que los que no estemos dispuestos a convivir con otros deberíamos coger nuestro grupo y largarnos a otro lugar. Como hacemos en vacaciones de Semana Santa o verano. Para caras largas unos con otros, yo por lo menos, ya tengo bastante con mi trabajo.

Mi intención no es polemizar. Esto es casi una reflexión en voz alta. ¿Os habéis preguntado alguna vez que será del Club, cuando Carmen se canse de hacer el milagro de los panes y los peces para nosotros?  ¿Os habéis planteado  poneros en la piel del otro? No es justo, ni valido, que un gesto, cualquier detalle se haga inmenso cuando se cuenta por tercera o cuarta vez. Es verdad, todos somos distintos, de su padre y de su madre. Con vivencias distintas, de ahí nuestra grandeza.

Y somos, lo dicen por ahí, el mejor Club. Hay gente que viene de Granada, de Málaga, de Écija, de Sevilla, de Pedroches… a pasar buenos momentos con nosotros.

Pues pasemos nosotros también esos buenos momentos, no hagamos clubs, dentro de un Club generoso que nos acogió a todos con los brazos abiertos. Con una directiva que se desvive por encontrar los mejores sitios para ubicarnos. Con unos compañeros que igual te ayudan a colocar una caravana, que a localizar unas sillas que ha visto en tal o cual tienda o por internet. Con unas mujeres que tiran de ti para dar un paseo, para jugar o que cuando te ven triste te ocultan en su casa para hacerte sonreír.


Isabel Ferrer

 

 

 
 
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